alguien dijo alguna vez:

“Anda plácidamente entre el ruido y la prisa, y recuerda que paz puede haber en el silencio. Vive en buenos términos con todas las personas, todo lo que puedas, sin rendirte. Di tu verdad tranquila y claramente; escucha a los demás, incluso al aburrido y al ignorante; ellos también tienen su historia.”

Anónimo, 1.693.

martes, 9 de noviembre de 2010

Una mochila para una vida

Todos nosotros, al nacer venimos al mundo con una mochila imaginaria que llevamos hasta el fin de nuestros días. Esa mochila se va llenando de vivencias, experiencias, pericias, rutinas, costumbres, recuerdos, añoranzas, conocimientos, habilidades, esperanzas, destrezas, miedos, hábitos, talentos, sueños…
También metemos cosas físicas como algunos lugares, ciudades, sitios, habitaciones, prendas de vestir, objetos ya inútiles… Pero además, guardamos personas que están en nuestra vida, que alguna vez estuvieron, o que deseamos que estén pero que no quieren estar o ya no volverán…
Pasamos por la vida guardando de todo en nuestra mochila. De pequeños no sentimos su peso porque es tan ligera que apenas nos damos cuenta que la llevamos con nosotros. En la adolescencia y nuestra juventud, no paramos de llenarla; además pensamos que nuestra mochila aguantará todo el peso, y no caemos en la cuenta que la mochila va sobre nuestra espalda y que su peso será para nosotros para resto de la vida.
La fuerza de nuestra juventud hace que no nos percatemos del volumen y del peso que nuestra mochila va adquiriendo con el paso del tiempo. Pero llega nuestra vida adulta, y es cuando verdaderamente nos vamos dando cuenta de que la mochila pesa, o que a nosotros nos cuesta cada vez más llevar nuestra mochila.
Lo cierto y verdad, es que nos llega el momento de plantearnos como continuar nuestro camino por la vida sin demasiado sufrimiento. Entonces, tenemos que intentar ser más fuertes para soportar el peso de la mochila, o aligerar el peso de la misma, o ambas cosas a la vez.
Aunque lo de ser más fuerte es una buena idea, el paso irremediable del tiempo y la preocupación por nuestra salud, aconsejan que quitemos peso de nuestra mochila.
Una primera recomendación sería deshacernos de los malos recuerdos, olvidar las experiencias dolorosas y dejar de un lado nuestros odios. Después podríamos centrarnos en afrontar nuestros miedos, cambiar los malos hábitos, no reprocharnos nuestras frustraciones y liberarnos de los prejuicios.
Todos mantenemos relaciones durante años con personas que no nos aportan nada personal ni humanamente. Son esas personas que están ahí colgadas de nuestra mochila, haciéndonos sentir más débiles, limando nuestra autoestima, limitan nuestra actuación y solo ponen piedras en el camino.
No hemos tenido el coraje suficiente o quizá nos hemos dejado llevar por la apatía. Pero está claro que no hemos sido capaces de terminar con esas amistades o relaciones “tóxicas”. Tenemos que sacar de nuestra mochila, de nuestras vidas, a las personas “toxicas”. Con educación, sin aspavientos, poco a poco pero sin pausa…pero es indispensable que nos liberemos de esas relaciones. Y si llegamos a la conclusión de que alguna de esas personas, aun como son, nos interesan, tenemos que hacerles ver que no nos están ayudando.
Tampoco estaría mal deshacernos del peso de algunas cosas materiales, que si nos paramos a pensa,r no sabemos muy bien porque las adquirimos. Los que piensan “cuanto tienes, cuanto vales”, tienen chocheras llenas de vehículos que apenas conducen, trasteros llenos de objetos inútiles, buhardillas repletas de artilugios ya anticuados sin apenas ser usados, armarios llenos de ropas que no se ponen…
Mucha gente se percata de todo esto cuando ya no le queda ni fuerza, ni aliento, y lo que es peor, ni tiempo para hacerlo. ¿Estamos preparados? Pongamos todos en orden nuestra mochila.